domingo, 6 de marzo de 2016

Mucha policía, poca diversión

Sonó un disparo, y gritos que pedían auxilio. Parecía ser en la puerta de casa, pero no nos animamos a mirar. Solo llamamos al 911, avisamos de la situación, y unos diez minutos después, escuchamos las sirenas.
Un par de meses atrás, en Nochebuena aparecí llorosa en una comisaría, contando que me habían robado el auto. Y la policía, días después, lo encontró.

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En mi último año de facultad en España, fui a una manifestación estudiantil. En ella, policías armados no solo con pistolas y porras, sino también con "pines" con la cara de Franco, se encargaron de disolver la protesta dando palo. 

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Mi relación con la policía es de amor-odio. Por un lado, mi ideología —en su sentido más amplio— me hace estar en contra de cualquier fuerza armada; por el otro, considero que en la sociedad que vivimos no nos deja otra opción que tener un sistema como el que usamos.
Y cuando digo "sociedad en la que vivimos" no quiero echarle la culpa a terceros ni hacerme la santa. La sociedad somos cada uno de nosotros, y todos tenemos la culpa de haber construido una fuerza represora.
Vayamos por partes: yo estoy con el buen amigo Jean-Jacques Rousseau en eso de que "el hombre es bueno por naturaleza". Creo que nacemos sin maldad, y nuestras circunstancias nos terminan dañando. Siempre lo pienso: no todos a mi alrededor tuvieron mi suerte. Hay gente con carencias —económicas, como un plato de comida cuando corresponde; o emocionales, como un abrazo de contención— que les moldean su personalidad, generalmente, de una manera negativa.
Es difícil entender cómo la sociedad llega a crear personas mentalmente enfermas, que son dañinas para sí mismas y para el resto, porque inciden muchísimos factores —desde un sistema capitalista que genera desigualdades hasta la importancia creciente que le damos al aspecto físico, y que genera una discriminación de aquellos considerados "feos"— de los que se podrían hacer enciclopedias enteras.
Pero lo cierto es que estamos en una sociedad mayoritariamente enferma, por un lado o por otro. Estamos llenos de guerras, gente que mata, que roba, que viola, que lastima, o que simplemente es autodestructiva. Y la solución más simple a esta barbarie fue hacer un sistema de leyes, y una fuerza opresora que lo haga cumplir, al menos en una primera instancia. Nunca se planteó una real solución de cambiar las cosas, y eso que han pasado siglos —sí, porque esto de las fuerzas armadas existe hace mucho mucho tiempo—. Está claro que nunca va a existir un 100% de personas emocionalmente sanas y dentro de las leyes básicas de convivencia, pero estamos lejos de tener un número adecuado cuando precisamos seccionales policiales en cada barrio para hacer denuncias, policías en el tránsito vigilando que no manejemos alcoholizados o por fuera de los límites de velocidad, policías en casi cualquier acto cultural —partidos de fútbol, conciertos grandes—.
Tal vez creo demasiado en la humanidad, pero me gustaría que no fuera necesario un estricto control de lo que hacemos en manos de personas que, por un lado, están armadas; y por el otro, son iguales a nosotros, criados en la misma sociedad y con los mismos defectos.
Y a ese punto quería llegar, tal vez porque me parece uno de los más importantes. Primero que nada, casi cualquier persona puede ser policía. En segundo lugar, los controles para efectivamente serlos —físicos, de habilidades y psicológicos— son cada vez más vagos, generalmente porque se precisan más policías y necesitamos disminuir las exigencias para conseguirlos. Por ende, le estamos dando un arma a gente que tal vez no esté cualificada para tenerla. Y le estamos dando el derecho a usarla. Finalmente, y no menos meritorio, los sueldos son malos: como los bomberos, los maestros, los médicos y alguna profesión más —yo consideraría a los periodistas, pero seguro que muchos de ustedes no están de acuerdo—, los policías deberían ganar muy bien, para estar motivados a hacer las cosas bien. Sí, ya sé, no solo el dinero mueve el mundo, pero casi...
Corrupción, abuso de poder, falta de interés... Por suerte, he tenido que acudir pocas veces a la policía, pero lo cierto es que al menos estas tres cosas las supe presenciar. ¿Cómo se soluciona esto? ¿Cómo se siente uno cuando la persona que está ahí para protegerte, es la que te hace sentir vulnerable?
No creo que un país civilizado deba tener policías, ni ninguna fuerza armada. Pero no somos un país civilizado. Y además, nuestras fuerzas armadas tampoco lo son, en su mayoría. ¿Qué hacemos?

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