lunes, 3 de agosto de 2015

Sobre bares

Él iba todos los viernes a ese bar, fruto la primera vez de la soledad y la casualidad; luego, del deseo de lo imposible.
No tenía nada de especial, más que ser un antro oscuro con el suficiente alcohol como para derribar a mil quinientos corazones rotos, aunque claro está, no lo consumía todo él. El rock and roll que quedaba de fondo a sus pensamientos le hacía bien cuando, solo en una esquina, entre la pared roja y la negra, empinaba el codo para beberse una cerveza helada.
El ritual era siempre el mismo desde hace un par de meses, por eso su lugar ya era suyo, ya nadie se atrevía a sentarse ahí. Sabía que poco después de finalizar una semana laboral más, podía arrinconarse y ahogarse en bebidas, y a veces, sus propios fluidos fruto de la borrachera.
En su segunda visita al bar, hastiado del mundo que no parecía tener lugar para él, la vio. No llegó en cámara lenta, ni el bar se abrió ante sus pies, pero era bella como nadie. De pronto, le pareció que todas las miradas se dirigían a ella: las mujeres con envidia, los hombres con deseo. No tardó en acercarse el primero, aunque su sonrisa cortés pero fría lo arrojó bien lejos de allí.
Lo que pasó de ahí en más, se veía venir: él siguió yendo los viernes, y ella también. No tenía ninguna esperanza en que el destino los juntara, porque ya no lo había hecho en ocasiones anteriores, con otras mujeres.
Sola, angelical, luminosa. Como un acto sagrado de fe, rechazaba hombres y despertaba odios femeninos. Y él solo se preguntaba qué hacía allí, sola en el medio de un bar tan sucio, entre el humo de tabaco y los borrachos babosos; entre la decadencia de los besos con gusto a whisky barato y la filosofía de bar, donde el pueblo es vencedor.
Bebió hasta que un día consideró que ella lo estaba mirando. Incluso, que los grandes colmillos puntiagudos que le daban una sonrisa tan particular se asomaban en una especie de medio sonrisa compasiva y amable. Sacudió su cabeza, sus sueños y delirios, y apuró la cerveza. Pagó la cuenta y se fue, más pronto de lo habitual, movido por el miedo a que, lo que venía anhelando durante varios viernes, se hiciera realidad.
Una semana después, ella ya no llegó con su aura cuasi mágica. Y él se quedó en su rincón, por siempre.

***

Le decían que era linda. Que podía tener el hombre que quisiera, y que no era necesario sufrir por amor. Pero ella, como siempre, había ido por el camino difícil.
Lo había conocido en el cumpleaños de un amigo de una amiga. Era el prototipo del hombre que todas deseaban, ese con un atractivo particular que mezclaba la belleza física con el carisma y el aire de Don Juan; ese que sabes que te va a lastimar pero te gusta igual.
Y lo hizo. Esa misma noche, ya se había ganado su sonrisa. Y luego, su cuerpo, su intimidad. Finalmente, corrompió su mente y su alma, y cuando consiguió el corazón, no se detuvo ni un segundo. A ella, que estaba cansada del sexo fácil, de que todos la buscaran, de nunca tener que pasar por la abstinencia de la pasión. A ella, que buscaba desesperadamente el amor, le hizo creer que lo había encontrado.
Fue a un bar, con los ojos aún rojos de llorar, dispuesta a comerse el mundo. Pero el alcohol no la dejó lo suficientemente noqueada como para olvidarse de él: esa noche se fue con el ego en alto por los piropos de borrachos que no le importaban en lo más mínimo pero el corazón aún sangrando; y el deseo de volver el siguiente fin de semana, aunque sin tener claro el porqué.
Y volvió, esta vez un poco más maquillada, creyendo que así tapaba también el corazón roto. Y bailó. Y rechazó a todos y cada uno de los hombres que se le acercaron. Y así, noche tras noche de viernes, cada vez con menos maquillaje en el corazón y más sonrisas certeras, aún rechazando toda proposición.
No sabía por qué, pero iba. Estaba esperando que algo sucediera en ese lugar. Un día, se vio mirando a un hombre solitario en un rincón. No sabía desde cuándo estaba ahí, no sabía si siempre había estado ahí. Invisible para el mundo, ahora para ella cobraba sentido. La miró, ella sonrío. Bajó la mirada a su cerveza, y al volver a él sus ojos ya no la buscaban. Buscó el contacto visual porque sabía que era importante, pero jamás tuvo el valor de acercarse a charlar con él.
Y él se fue, pocos minutos después de esa mirada fugaz. Y ella sintió que esa puerta cerrándose tras él la dejaba otra vez frente a los que miraban las curvas pero no sabían mirar el alma, perdiendo toda oportunidad del amor de verdad.

2 comentarios:

  1. Estuve leyendo tu blog, hay entradas muy lindas, lo único que no me gusta es que son muy pocas :)
    Pero este comentario es porque hace un tiempo, por el 2010 más o menos, escribí en mi antiguo blog uno muy similar. El blog no lo tengo más, pero encontré el texto, que me da un poco de vergüenza releerlo, capaz te pasa con algunas cosas viejas, pero te lo comparto acá igual porque es graciosa la similitud. Escribí más, besos.

    La pelota cayó justo en sus pies, mientras sentada al cordón de la vereda, deshojaba una margarita, preguntánodose si él la quería mucho, poquito o nada.

    Llevaba su vestido blanco, y las estrellitas rosadas se mancharon del barro que dejó en la pelota aquel último gol.

    Levantó la mirada, enojada por haber perdido la cuenta, y fue ahí que lo vio venir a él corriendo hacia ella. Sus ojos verdes entrecerrados por los rayos del sol de frente, le recordaron a los ojos de los príncipes de sus libros de cuentos.

    Se pasó la mano por el pelo para comprobar que todo estuviera en su lugar. Pisó los pétalos con sus sandalias, para que él no se diera cuenta de lo que ella estaba haciendo. Se preocupó porque el lazo del vestido estuviera bien atado y con una moña perfecta, acomodó la posición de sus piernas y puso su mejor sonrisa para el momento en que él llegara.

    Sintió el fuerte pisar de sus últimos pasos. Lo miró a los ojos, y vio como él agarró la pelota, se dio media vuelta, y volvió corriendo a la canchita, sin siquiera percatarse de su presencia.

    Esa fue su primera decepción de amor. Y ese día juró que nunca más se iba a enamorar.

    *

    Nunca había sido muy bueno jugando a la pelota, pero tampoco era ese al que siempre se mandaba al arco.

    Sin embargo ese día, tenía enojados a todos “¿Qué ‘tas haciendo? ¿Pa’ qué lado ‘tas jugando? ¡No seas cagón, pecho frío!” Sabía que tenían razón…Es que él no estaba con la mente en la cancha, sino a 100 metros a la derecha, en el cordón de la vereda.

    La miraba deshojar esa margarita, y lo mataban los celos y la intriga de saber por el amor de quién ella se estaría preguntando.

    La miraba con la esperanza de que en algún momento ella lo mirara a él, pero no. Ella parecía estar muy concentrada en su jueguito, y ni siquiera se había dado cuenta de que él estaba ahí.

    En un impulso, y sin pensarlo mucho, pateó la pelota directo a sus pies. Sus amigos no le hubieran creído, si les contara que ahí fue justo a dónde apuntó.

    En el momento en que la pelota chocó sus pies, vio como ella, enojada lo miró. Se sintió un pelotudo por haber hecho lo que hizo. Corrió lo más rápido que pudo, agarró la pelota, y se fue hacia la canchita sin siquiera mirarla.

    Esa fue su primera decepción de amor. Y ese día juró que nunca más se iba a enamorar.

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  2. Me alegro que te haya gustado! Prometo escribir más :)

    Y sí! Es super parecido! Me encantó y es muy gracioso saber que a otra persona le surgió la misma idea sin conocerse.

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