jueves, 27 de agosto de 2015

A la muerte

Cuando vengas, no quiero tenerte miedo, porque eso sería aceptar la derrota ante mi propia vida.
Quiero creer que no estoy pensando todo eso porque estoy acá, sosteniendo un paraguas entre tanto dolor, entre lluvia que cala los huesos y flores tan muertas como todo lo que las rodea. Quiero creer que esa mano que se clava las uñas en las palmas ante la impotencia no me está haciendo pensar en las rarezas del ser humano, en la construcción de rituales a un trozo de carne, a la admiración al sufrimiento.

Cuando vengas quiero estar completa. Aunque suene a paradoja, quiero estar llena de vida. Que no me agarres de sorpresa en mitad de algo bueno, porque quiero que sepas que se me ocurren muchos planes y voy a necesitar varios años para cumplirlos. Dejame irme -otra vez- a otro país a vivir, dejame tener hijos y nietos y verlo envejecer a mi lado, con todas sus mañas y su barba y su piel que me gusta tanto abrazar. Dejame escribir más: uno, dos o tres libros, mi vida y la vida inventada de personas que solo están en mi cabeza. Dejame aprender en las universidades del mundo y de la gente que me cruzo. Dejame armar y desarmar casas, comprar muebles, cambiar de trabajo y ayudar a la gente. Dejame pasear, y reír y llorar con la misma intensidad; dejame volverme loca alguna que otra vez, y sanarme a base de mimos. Dejame perder el miedo a cantar en público, a los ascensores y a las arañas, antes de perdértelo a vos.

Y ahí sí: vení con todo, que no te voy a tener miedo. No voy a permitir que me pongan entre cuatro paredes de madera y me guarden, porque si no dejé que me aprisionen en vida, menos lo voy a hacer después. No te voy a tener miedo, porque lo importante va a seguir, libre, hacia donde sea. No te rías de mí ahora, que soy joven y te tengo miedo; no te rías de mis creencias y mis ganas de necesitar más tiempo, porque te juro que un día voy a aprender a quererte y entenderte.

Ahí, en ese momento en que ya haya vivido, ahí vení. Voy a esperarte con el cabello cano y las tetas sueltas, con sonrisita de arrugas que cuenten cada minuto disfrutado, cada minuto de dolor. Vení, que acá voy a estar. Pero bancame un tiempo más, hasta que no te tenga miedo.

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