miércoles, 3 de junio de 2015

Carta a mi abuelo

Te fuiste demasiado pronto. Y te lo digo así porque sos la persona que más extraño en este mundo -y te lo cuento a riesgo de que lo lea mamá y se ofenda porque no la extraño más a ella, de la que estoy tan solo a un avión de distancia-. Pero vos me haces falta de formas diferentes; porque pienso que ahora en vez de pelearte y decirte que soy de Peñarol por llevarte la contraria, me sentaría contigo a ver el partido de Nacional por la tele y escucharlo por la radio al mismo tiempo.
Al final, no fui doctora; pero supongo que si hubieses estado acá el día de mi recibimiento, hubieses aplaudido igual -palmas lentas y sonoras al son de un potente "¡BRAVO! ¡BRAVO!"- a como lo hacías cuando me subía arriba de algún escenario a bailar flamenco. En ese entonces seguro que me daba vergüenza, pero no sabes lo que daría yo por esos aplausos hoy. Porque te imagino leyendo lo que escribo y llenándote de orgullo. Las matemáticas no son lo mío, por mucho que lo hayas intentado.
Extraño todos tus raros rituales, como comerte una caja de Garotos después de almorzar, o los caramelos masticables de Toffee. Un día, un amigo me ofreció uno y me puse a llorar. A partir de ahí, cada vez que me veía triste me traía un par porque sabían que era la mejor forma de animarme. Y aunque no soy católica, uso la medalla de Nuestra Señora de la Misericordia que me hace acordar a vos en cada momento difícil de mi vida. Me acompañó en todos los exámenes como una suerte de talismán protector.
Extraño que me cocines panchos. Un día me descubrí diciendo por enésima vez que "no me gustan los panchos, pero si hay eso para comer los como". Y me di cuenta que el problema no son los panchos, sino tu ausencia. Porque vos tostabas el pan, ponías el agua en esa cocina antigua y les ponías bastante mostaza, o los envolvías en jamón y queso. El ritual yo lo veía sentada en un banquito próximo, expectante, y todo me parecía una maravilla. Eran los panchos más ricos del mundo, porque estaban hechos con mucho amor de abuelo. Y no voy a encontrar nunca unos así -ni La Pasiva los puede patentar-.
Después nos íbamos hasta el Montevideo Shopping, me llevabas a Zara y me explicabas sobre el corte de los trajes. Y nos quedábamos los dos mirando todo con las manos detrás de la espalda, en ese gesto tan Vázquez que compartimos.
Gracias por dormir en el sillón para que yo pudiera hacerlo en tu cama. Gracias por jugar a las Barbies conmigo, e inflarme la piscina en verano a pleno pulmón. Lamento no haberte dicho más veces que te quería y que estaba agradecida con vos, con el hecho de que te sentaras a ver películas de Disney conmigo. Gracias por hacerme sentir especial entre el resto del mundo; lamento haber ido a tu velorio, pero comprendeme: era muy chica y no tenía las ideas claras, todavía no consideraba que la muerte es tan solo un paso más de la vida. Lamento no haberte tirado todas las cajas de cigarros; porque si estuvieras acá darías una luz tremenda, vos y tus risas, tu humor raro y tu enorme bondad.

Espero que ahora, en donde sea que estés, te hayas vuelto a encontrar con el amor de tu vida. Nos veremos en algún día.

Lu

PD: Las leyendas de la familia dicen que consideraste una buena opción ponerme María José. Esa sí que no te la perdono.

3 comentarios:

  1. Hermoso.
    El verdadero amor, genera esto

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  2. Hermoso.
    El verdadero amor, genera esto

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  3. Yo creo que nunca me voy a perdonar haberme ido de mis abuelos, porque teniendo la suerte que pocos tienen de tener a los 4 vivos y sanos tanto física como mentalmente a mis 23 años, es muy tonto mudarme al otro lado del mundo, desaprovechar su compañía y poder verlos una vez cada año, cada dos.
    En general trato de no pensar mucho en eso, porque me pone triste, pero tu texto me hizo pensar, porque es lindo, y porque calculo que alguna vez les escribiré así. Y además me das la idea de que debería de decirles en vida todo lo que marcaron mi infancia <3

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