domingo, 12 de junio de 2016

No soy hetero

Tampoco bisexual. Ni homosexual. Hace un tiempo que no sé muy bien cómo definirme, porque me parece que las etiquetas nos quedan cortas.
Capaz que hace mucho, mucho tiempo, las personas eran simplemente personas, más allá de cualquier gusto o preferencia —sexual, de pensamiento o de lo que sea—. Capaz que nuestra condición de seres humanos nos hace buscarle etiquetas a cada variante posible, calificándonos dentro de ellas para entendernos y entender a los demás, para clasificar al mundo y poder sacar de él el máximo provecho.
Lo cierto es que las etiquetas discriminan, en el sentido amplio de la palabra. Discriminar es "seleccionar excluyendo", es decir, considerarme homosexual, heterosexual o bisexual. También es tratar desigualmente a otro por estar en una etiqueta diferente a la propia.
Todos discriminamos porque, inconscientemente, desde niños somos una cosa o la otra. Rubios o morochos, inteligentes o burros, de izquierda o de derecha, extrovertidos o tímidos... Y la lista sigue. Somos un conjunto de clasificaciones antes que un ser humano, y perpetuamos mediante la enseñanza esa idea de que solo somos esas etiquetas que nos definen.
Ojo, todas esas clasificaciones son reales: nací con un color de pelo, me lo tiño de otro. Y si bien tuve mi momento agnóstico, me considero atea. Y así puedo autoclasificarme en muchos aspectos. Y a los demás. Y también puedo darme cuenta, con muchísimo sentido, que algunas etiquetas que me dio el lenguaje y la sociedad no se ajustan a lo que soy, a lo que siento. Ni tampoco a las personas que me rodean. Porque no somos seres lineales, cambiamos con el tiempo, somos flexibles y nuestros sentimientos y pensamientos son mucho más complejos que el catálogo de fichas con el estereotipo que tenemos en nuestro cerebro.
Aquel que ves ahí es algo más que todos los adjetivos calificativos que quieras usar en él. Es una persona. Eso es de lo que nos olvidamos a menudo: de tratar a los demás —y también a nosotros mismos— por fuera de esas estructuras rígidas que tenemos en la mente, porque al final del día, todas esas etiquetas no son realmente las que nos definen, ni las que nos van a servir para construir un mundo mejor.

***

Hace tiempo tenía ganas de escribir sobre esto, pero no encontraba el momento. Hoy, tras la matanza en una discoteca gay de Orlando, me pareció más que necesario. ¿Por qué? Porque me horroriza pensar que seguimos estancados desde hace siglos en el punto de matar al que no coincide con nuestras propias etiquetas.

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