miércoles, 6 de abril de 2016

Hasta que el divorcio nos separe

Son tiempos oscuros para el amor "para toda la vida". Parece que el negocio de los abogados sigue en alza, al punto de que las parejas solo se casan porque saben que se van a poder divorciar.
Somos la generación de los padres divorciados, esos que no supieron arreglar sus diferencias para seguir caminando juntos. No los culpo, porque son la transición a una sociedad diferente. Son esos que ya no aceptaban el casarse por dinero o por arreglo, pero que todavía se casaban jóvenes e inexperientes, como echados de la juventud hacia un mundo de responsabilidades. Se encontraban con veintipocos calzándose el traje para el altar y cambiando pañales, cuando apenas sí habían salido a bailar. No los culpo por no saber entenderse con su primer novio, porque convivir no es fácil y menos si es a prepo.
Pero está claro que si no fuéramos hijos de padres divorciados, no seríamos lo que somos como generación novel en esto de las relaciones. Vimos fracasar, tal vez, la relación más importante para nosotros: la de nuestros propios padres. ¿Qué esperanza para nuestro propio futuro podemos tener si nuestros padres, seres a los que a temprana edad consideramos perfectos, no pudieron salvar el hundimiento de su relación?
Es imposible no construir el fracaso en nuestra vida amorosa con tal ejemplo estrepitoso. ¿Para qué voy a querer a alguien, si todo va a terminar? ¿Tendría que tomarme el trabajo de abrir mi corazón a un completo desconocido para que me lo rompa? Está claro que no. Gran parte de los hijos de padres divorciados pasan por etapas diferentes de anhelo del amor. Puede ser una pubertad acelerada, con una relación amorosa de mucho apego que, lógicamente y por la edad, fracasa al poco tiempo. Un desinterés por el amor en años posteriores, un miedo a formalizar a medida que nos acercamos a la adultez, e incluso un desencanto hacia el amor que nos hace preferir un gato (o perro, también puede ser perro, no sea que me critiquen por el cliché) antes que cualquier otro tipo de compañía.
Somos la generación del fracaso anticipado. No hacemos por miedo al fracaso. Tal vez nuestros padres fueron personas civilizadas que resolvieron su separación como seres normales, tal vez recordamos gritos y discusiones terribles; obviamente no da igual, pero la ecuación termina con el mismo resultado: en algún momento, todo termina.
Somos la generación del sexo fácil, de las relaciones esporádicas y de preocuparnos poco por el otro. El miedo a repetir la historia paterna nos impide relacionarnos con normalidad, creando una coraza a nuestro alrededor de indiferencia, de "me caso, porque total después me puedo divorciar". Justificamos el porqué de amar a alguien: por qué nos ennoviamos, por qué vivimos juntos, por qué nos casamos, por qué vamos a tener un crío. Y entre medio de todo eso, aclaramos que todo se puede revertir, porque le tenemos terror a la idea de que verdaderamente podemos ser felices, podemos no tener que divorciarnos. Somos una generación más preparada emocionalmente en muchos sentidos: vivimos experiencias diferentes a las que vivieron nuestros padres, somos menos "inocentes" y tenemos menos obligación de cumplir con un estatus. Nadie nos va a mirar mal si tenemos cinco relaciones formales o nos acostamos con treinta personas; si nos queremos centrar en estudiar y no en casarnos a los veintitrés. Por ende, tenemos más posibilidades de relacionarnos con personas diferentes, de probar y de hacer introspección. Y por ende, más fracasos pequeños y menos probabilidades de un corazón roto de verdad. Pero le tenemos miedo a todas las posibilidades que se nos dan, por ese recuerdo de un fallo que ni siquiera fue nuestro.
Entonces, somos la generación de "el amor no importa". Y creo que todos, aunque sea muy en el fondo, nos enternecemos al ver a una pareja de viejitos caminando de la mano, sonriéndose, haciendo la compra juntos en la feria. Sabemos que aunque vivamos en tiempos de "hasta que el divorcio nos separe", todos queremos entender ese amor simple producto de los años pasados, ese que solo se explica con cada arruga y cada beso de labios finos por el paso del tiempo.

2 comentarios:

  1. Si... yo que sé, como hija de padres no separados, pero altamente disfuncionales, les digo todos los dias que se divorcien, q no hay chance de q separados esten peor que juntos. Le tengo mas miedo al matrimonio, que al divorcio.

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