domingo, 11 de septiembre de 2016

Un día como hoy...

... pero de hace cuatro años, volvía a Uruguay.
El vuelo salía un 11 de septiembre, aproximadamente a las seis de la mañana. Como siempre en los aeropuertos, lo peor son las esperas. Cada minuto de extraña tranquilidad previa a la irreversibilidad de estar adentro de un avión podía ser una buena razón para arrepentirme. Pero dejé las valijas y me senté en un estado de irrealidad sobre las sillas incómodas del aeropuerto de Valencia, flanqueada por mis padres, esperando la señal que me dijera que era hora de embarcar.
Mi madre me dio el collar que siempre llevaba puesto a modo de talismán protector, como si yo me fuera a descubrir las Américas —y sí, el viaje terminó siendo el descubrimiento de muchas cosas—; y cuando la hora llegó, las palabras se me amontonaron en la garganta y salieron en un apurado "no me voy".
Entonces ella, con toda la dulzura de una madre empujando a su polluelo fuera del nido para volar, me dio un golpecito en el hombro para que avanzara. Bajé sola, inmóvil, por la escalera mecánica.
23.50 de ese mismo 11 de septiembre estaba aterrizando en Montevideo para darme cuenta de que lo que había dejado siete años atrás no existía, y que era el momento de cambiar mi vida.

***

Siempre que recorro mi historia pienso en toda la gente que se tuvo que ir lejos. Y la que volvió para reconstruir lo que quedó. Ya sea por economía, por guerra, por hambre.
El retornado está lleno de cicatrices. Adaptación doble. Alma partida en dos. Amor desperdigado en dos mundos. Solo quienes hayan estado ahí pueden entender.

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