domingo, 15 de noviembre de 2015

Lo que pasó en París

Un par de días antes de lo que pasó en París, decidí explicar por primera vez en mi vida y con lujo de detalles mi ideología política. Lo que creía que era mejor para el mundo -no solo para los humanos, sino también para los animales y la naturaleza en general-, cómo se podía conseguir y qué problemas podíamos encontrarnos en el camino; así como también lo que yo hacía, día a día, a veces más y a veces menos, para conseguirlo.
La respuesta que recibí fue "¿y no te frustra saber que esto es algo casi utópico, un cambio que vos no vas a ver?". Me acordé, por un instante, de mi profesor de filosofía de sexto de liceo, que un día me dijo que era ingenua, que ya iba a crecer y me iba a dar cuenta de cómo son los seres humanos, cuando yo le defendí a capa y espada que el hombre es bueno por naturaleza. Y se ve que aún no maduré. 
Rousseau, hace un tiempito ya, se peleaba con Hobbes, que decía aquella consabida frase de homo homini lupus. Yo estoy del lado de mi buen amigo Jean-Jacques, aunque a veces, como con lo que pasó en París, se me vayan las ganas de creer. 
Largo y tendido puedo debatir sobre los atentados en nombre de Alá, las guerras en nombre del petróleo y los niños muriéndose de hambre en nombre del gordo millonario en su mansión. Creo que no hace falta decir que está mal, que es injusto. Que es triste que alguien que fue a tomar una copa con amigos termine con el cuerpo lleno de agujeros porque otro lo considera indigno de algo que no existe -o, al menos, no sabemos si existe-. Que es increíble que cada día mujeres de todo el mundo sean vejadas, asaltadas sexualmente, violadas y usadas como objeto, que yo misma recibo día a día opiniones sexuales de hombres a los que no se las pido, pero no puedo imaginar el infierno de una mujer en una situación tal de violencia. Que es horrible ver al viejito que duerme en la calle, en un colchón viejo, abajo de un techo, con la tormenta que hay, mientras a un tipo le pagan millones por actuar en una película o patear una pelota, no porque estas profesiones sean poco dignas de respeto, sino porque le damos demasiada importancia a un papel al que nosotros mismos inventamos y dimos valor. Que es vergonzoso que se nos sequen los campos, que no haga calor en noviembre y que la basura esté por todos lados. Porque todo eso ya lo sabemos. 
Nosotros no podemos bajar del pedestal a los grandes dioses, los del cielo y los de la montaña de guita, ni podemos -ni debemos- alimentar a todos los niños de África. No podemos pararnos entre medio de los soldados y frenar una guerra, o regenerar la capa de ozono. Ojalá sí. 
Pero tampoco podemos pedir nada si prejuzgamos a la gente, si contestamos mal, si tiramos un papel en la calle por pereza o si no hacemos lo que amamos. Si nos quedamos callados si un tipo le grita a su pareja o la maltrata delante nuestro -y viceversa-, si no ayudamos a alguien en algo, aunque sea una estupidez, si seguimos calificando a la gente en "gorda" o "fea", si mantenemos relaciones enfermizas, si no cuidamos nuestra salud, si perdemos el tiempo en hacer plata, si nos cuesta llorar, abrazar o enojarnos. Porque todo eso que hacemos cada día es un poquito de la anestesia que nos vienen mandando hace años para que no jodamos. 
Nos educan en el miedo y en un sistema de calificaciones basados en pruebas de temarios extensos y, muchas veces, estúpidos. Nos bombardean con belleza para que no podamos ocuparnos nada más que de nuestras estrías y nuestras tetas caídas, para no quejarnos por nuestros derechos. Nos explican cómo debe ser nuestra sexualidad y nuestras relaciones amorosas a través de cada producción cultural hegemónica, cosa de que no podamos descubrir realmente cómo sentimos. Y nos cuentan en cada medio de comunicación cómo el mundo es una mierda, eligiendo lugares lejanos y realidades externas para que fomenten nuestras compasión pasiva y creamos que no podemos hacer nada. 
Capaz que suena muy revolucionario, y por ahora no tengo la boina puesta, pero te animo a que dejes la anestesia de lado. Está buena, porque te frustra sin darte cuenta de que estás sufriendo; pero creeme que si hay que llorar por algo, prefiero que sea por un corazón partido al medio de verdad, por algo que valga la pena. No aceptes más la jeringuilla del pensar de otros, y hablá contigo de lo que pensás. Puede cambiar, puede fluctuar, podés tener dudas. Pero una vez creas algo con convicción, actuá en consecuencia, mové el culo del sillón y salí a vivir tu vida. Esa, de verdad, es la única forma de cambiar el mundo. 

4 comentarios: