Hace un tiempo, alguien me habló de Tinder. No iba a ser la primera ni la última red social/página web/loquesea para conseguir pareja que existiera en el mundo. De hecho, era bastante más puntual, porque Tinder es una app para tener sexo casual. Nada de amor aquí, muchachos, que hay necesidades básicas que cubrir. Nada de citas. No queremos ir hacia el altar.
Aceptado ese punto, me empecé a preguntar por qué la gente se había vuelto tan loca con Tinder. Incluso mucha gente me recomendó que lo usase aún teniendo pareja "porque es divertido". Entonces, me dediqué a investigar cómo funcionaba dicha aplicación, y me di cuenta cuál era el punto atrayente más allá de conseguir sexo: la marketinización del sexo.
¿Qué es eso? No me vengo a hacer la puritana, pero el sexo como lo vemos hoy en día está sobrevalorado. En un mundo en el que vivimos bombardeados por imágenes, jingles y ventanas en pop-up que nos quieren vender cosas -y un estilo de vida determinado-, el sexo vende.
Entonces, una publicidad de perfumes tiene una mujer sensual semidesnuda, con el cabello mojado y los labios carnosos. Una tienda de electrónica se vende con dos mujeres con escote y minifalda roja, realmente atractivas. Marcas de ropa como American Apparel te muestran sus prendas con modelos en poses sexuales y muy provocativas, comiendo lascivamente un caramelo. Todas las películas y series tienen al menos un desnudo frontal y una escena subida de tono, y personas que hacía años que no leían se ven cautivadas por un libro de (dudoso) carácter erótico.
Nos venden sexo. El sexo es importante en tu vida. Si no tenés una vida sexual activa, variada, llena de experiencias y personas diferentes, no sos nadie. La gente popular pierde la virginidad muy joven. La gente popular no es monógama. La gente popular hace tríos, orgías, tiene sexo anal y va al sex shop una vez al mes mínimo. La gente popular no sufre de sequía sexual, de problemas de erección ni tampoco tiene días en que el cansancio de la rutina le gana al deseo.
El sexo es un modo de vida. Y sos menos si no entras en ese juego. Por eso, puede que haya gente que le parezca raro que alguien prefiera la monogamia -ni que hablar del celibato-; o, como yo, no quiera usar Tinder. Porque sí, el sexo es físico: la atracción es visual principalmente, y si lo que las retinas ven no agrada, difícil que conozcas mi cama.
Pero Tinder -como casi todo lo demás en este tema- es terrible. Solo podés evaluar si querés acostarte con alguien por una foto. Atracción pura y dura: los lindos ganan, y los feos seguimos guardados en el cajón, con el carisma cayéndose a pedazos. En la marketinización del sexo vale el "cuantos más, mejor", y por ende la competencia es mayor. Y como ya sabemos gracias al capitalismo, la competencia nos pide un mayor nivel de exigencia, en el que el propio marketing también nos tiene todo planeado: cremas para las arrugas, las estrías y la celulitis; gimnasios y ejercicios cuasi infinitos; maquillaje y ropa a la moda -cada vez más rápida-...
Y al final, en esta vorágine sexual de nuestra vida, en la que nos gustamos por una foto porque nos falta autoestima y nos sobra tecnología, nos olvidamos del punto más importante del sexo. La mente, señores. El sexo se genera en la mente, y no en las tetas grandes o los abdominales marcados. En la persona que te pueda generar un montón de cosas solo con decirte algo. En el arte de la seducción, en la capacidad de tener una conversación interesante, en el erotismo y no en la pornografía; en el hermoso vínculo que se logra generar emocionalmente de algo tan físico. La marketinización del sexo toma como única verdad el cuerpo firme y la carne turgente, alienando nuestra sexualidad, eliminando toda posibilidad de gozo real y absoluto, para que cada vez necesitemos más. Este es el consumismo del sexo, la necesidad del sexo por pertenecer.
No tengo Tinder porque no le puedo ver la mente a nadie, y con una foto de una cara bonita no me alcanza.
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