Despertarse y asomar la nariz al mundo helado. Remolonear un buen rato, negando la realidad.
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El vidrio de ese ómnibus atestado de gente a las ocho de la mañana, empañado. El cielo gris. El calor del gorro de lana, las manos con guantes negros con los dedos cortados para tener manualidad al manejar las monedas para el boleto.
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Sentarse en la silla de la computadora, con un libro en mano. Los pies sobre la estufa a gas, a riesgo de que el olor a ropa quemada atraiga a tu madre al grito de "te va a hervir la sangre".
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La estufa leña los viernes de noche en Salinas. Milanesas con papas fritas con papá. O pizza de Tienda Inglesa. Películas alquiladas, Super Mario en la Nintendo. El fuego que me da temor y al mismo tiempo calienta la casa, helada por la humedad del invierno en el interior.
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Esperar el tren para ir a la facultad en una estación casi desolada en la que aún no terminó de amanecer. El cielo está de muchos colores, y el frío seco de esa zona de España hace que los labios se te cuarteen y la piel de las manos se resquebraje y sangre.
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Las noches de fiesta, de alcohol, de vestido corto que buscaba conseguir unos ojos que lo miren. Noches de juventud, dónde buscaba sexo y libertad en la aceptación de los otros. Las piernas congeladas, los pies casi muertos. La espera larga hasta la hora de entrar en la discoteca.
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Ir a la Rambla un sábado de tarde. Atarse el pelo para no terminar con la mitad en la boca por el viento. Caminar. Reírse. Pasar frío. Volver a casa para merendar bizcochos con una cocoa.
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Tomar té. El ritual. Calentar el agua, pero que no hierva porque sino quema el té. Preparar la taza, el filtro. Colocar una cucharadita de té negro, o verde, con frutas o flores. Verter el agua suavemente, y apreciar el vapor que viene cargado de aromas. Esperar dos o tres minutos mientras el agua adquiere color, y tenemos que sacar el filtro y disfrutar, con las manos sobre la taza caliente.
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Ducharse con el agua como para pelar chanchos. Ponerse el pijama rosa de Mafalda, las pantuflas y correr hasta la cama. Abrigarse bajo el acolchado de plumas violeta, besarse, mimarse, tocarse. Tocar la panza con las manos frías. Juntar nariz con nariz y mirarse con los ojos bien abiertos en el escondite debajo del edredón. Enredarse de muchas formas, acariciarse mutuamente el pelo y finalmente cerrar los ojos en alguna posición extraña.
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Las tormentas que te calan los huesos. No importa qué tan abrigado estés, ellas van a volarte el paraguas, la melena y las ideas. Te van a mojar los pies y los conceptos. Vas a llegar a casa con las emociones revueltas.
Emociones revueltas....
ResponderEliminar"Juntar nariz con nariz y mirarse con los ojos bien abiertos en el escondite debajo del edredón. Enredarse de muchas formas, acariciarse mutuamente el pelo y finalmente cerrar los ojos en alguna posición extraña" es tan simple y tan hermoso.
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