martes, 8 de diciembre de 2015

Ritual de apareamiento

Todas las especies tiene un ritual de apareamiento. Los humanos somos los más complejos en este sentido, ya que el ritual no solo se basa en nuestro instinto reproductor, sino también en el amor y en una serie de construcciones culturales en base a la monogamia —aunque eso a algunos les parece algo bastante accesorio—.
Tenemos millones de normas estipuladas para este ritual, que resulta prácticamente imposible realizarlo sin errores. Por eso, cuando por fin conseguimos a nuestra "presa", actuamos de forma estúpida y molesta, nerviosos por todos lados.
El hombre debe pedirte salir. En la primera cita hay que ir a cenar o tomar algo, no puede haber sexo. Hay que vestirse de una manera específica, y las mujeres deben maquillarse. No hay que hablar de ex, ni de ninguna flaqueza personal. Hay que demostrar todo lo maravilloso que uno es, y reírse hasta forzadamente de lo que el otro dice. Él debe pagar, o al menos, hacer el ademán —no olvidemos que estamos en la era del feminismo, pero parece que la "caballerosidad" sigue imperando en el mundo de las citas—. En la despedida, puede haber algún beso, fugaz y poco sexual. Ese día no debe haber otro tipo de comunicación, pero la falta de la misma tampoco debe extenderse mucho en el tiempo, por si el otro considera que perdimos interés.
Si todo esto sale bien, habrá una, dos, tres y cuatro citas. En alguna —generalmente, la tercera— habrá sexo. Poco a poco, se dejarán de lado los temas triviales, como qué música le gusta a cada uno o el frío que hace hoy, para cambiar a temas más personales. Obviamente, sin dejar caer la máscara de perfección.
El tiempo pasará, más o menos bien, en esa etapa que muchos llaman "enamoramiento". El otro es perfecto para uno, y vaya si lo es, porque estamos tan imposibilitados de acción propia que actuamos como debemos actuar para agradar al otro que, realmente, no tiene muy claro si todo lo que estamos haciendo es lo que le gustaría que alguien hiciera.
Y un día, "se viene la noche", como diría mi abuela. Te das cuenta que te molestó algo que siempre estuvo ahí, pero de manera maquillada —por el otro, pero también por uno mismo—. Y comenzas la primera de tantas discusiones. Algunas tienen un asidero real, una molestia concreta; otras simplemente son la rutina diaria de discutir con alguien de quien ya no nos sentimos enamorados. Porque no era esa persona que demostró desde la primera cita: solo el tiempo fue sacando las máscaras y matando la idea de haber encontrado a la persona única para nosotros.
Hasta que se termina. Lloramos, capaz que queremos volver —y capaz que lo hacemos—, y maldecimos el momento en que nos dejamos engañar por el amor, jurando no volver a enamorarnos.

***

Y yo me pregunto, sinceramente, ¿es tan importante que se haya puesto perfume o no? ¿O que le gusten los Rolling Stones tanto como a ti? ¿Son cosas que cambiarán el rumbo de una relación?
Capaz que está bueno que, aunque nos de miedo el rechazo o la decepción, nos comportemos como realmente somos en esa primera cita. Y que sea un desastre si tiene que serlo. Porque solo así seguiremos una relación que verdaderamente valga la pena, algo que no se rompa, algo que, al menos por un tiempo, se asemeje más al amor. Y llegue un punto en el que de verdad lo sea.
Entonces, la clave del éxito del ritual de apareamiento está en que no se asemeje a un ritual de apareamiento.

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