Hoy fue un día de esos malos. De esos en los que la jornada laboral es intensa, dormiste poco o mal o ambas, y cuando ya estaba saboreando mi libertad, me llama mi novio para avisarme que un caño se tapó, inundó todo y él se tuvo que ir, y otra persona me llamó para pedirme que le corrija de onda unos textos... y esa mini siesta reparadora que estaba necesitando, desapareció de mi mente.
Llegué a casa y me golpeó el olor a mierda. Sí, a mierda. No a caca, porque eso sería sutil comparado con cómo olía todo. Efectivamente, el caño que da al hueco de la escalera estaba tapado y, ante un esfuerzo sublime que le había ocasionado la pileta de la cocina, se había desbordado, dejando mugre por todo el suelo. Me armé de paciencia, hipoclorito, jabón con bastante perfume, y mocho —lo siento, sigo sin acostumbrarme a decirle Mery, mopa o como sea, en este caso, prefiero la versión gallega— y me dispuse a limpiar, a destapar, a luchar contra los arácnidos que yo sentí que me atacaban como si fuera algo personal.
Tal vez suma a todo este proceso añadir que estoy por empezar a menstruar. El desbalance emocional que genera la montaña rusa hormonal me frustró, Y suma más el útero en retroversión, posición anatómica no normal que me genera fuertes dolores. Y limpiar excesivamente no ayudaba a nada de eso: me dolía, me cansaba, y parecía que la caca desparramada por el piso no se iba a terminar más.
Pero terminé, eso es un hecho: exhausta, me di una ducha que no disfruté e intenté ir derecho a la cama. Pero di mil vueltas porque me dolía apoyarme sobre la espalda baja, y porque mi odio visceral y casi de nacimiento a los cambios de planes —más si me cambias una tarde tranquila de siesta, cocina y escribir por limpiar un caño— me puso de tremendo mal humor.
Me puse a pensar qué iba a cocinar, porque mi novio volvía a casa a las veintidós horas e íbamos a tener hambre ambos. Había unos garbanzos en remojo. Son buenos, porque tienen hierro. Puse el jueguito de cocina en la Nintendo DS, y busqué "garbanzos". Me propuso garbanzos con curry o con cordero, cuál de los dos más desacertados para una noche de febrero. Me enojé, dejé la Nintendo a un lado y me acurruqué, con frío pero sin ganas de apagar el ventilador. Me dormí unos veinte poco reconfortantes minutos en los que bruxé, y me levanté con ese espantoso dolor de mandíbula y dientes ya tan conocido. Y me puse a pelar papas.
A medida que pelaba ese primer y maravilloso papín orgánico que tenía entre mis manos, me di cuenta de que estaba enojada. De mal humor. Tensa. Respiraba agitada desde hacía, al menos, tres horas. Y eso no estaba bien, porque me estaba dejando llevar por la adultez, esa que parece que te llega cuando te tenés que empezar a hacer cargo de cosas, pero que simplemente te hace ver todo lo negativo de una mala situación. Me di cuenta de que todas las trabas que había tenido en los cuatro meses de vida independiente las había sorteado, más peor que mejor, gracias a la emoción de tener casa con reglas propias y muebles elegidos a mi gusto, emoción que tal vez ya se estaba diluyendo, dejando paso a una adulta amargada que no podía ver lo importante de tener todo lo que tenía, incluso el caño tapado. Fue un discurso muy estilo Cris Morena con resaca, pero al menos me sirvió para que se me fuera la rabia y, por un rato, no fuera más adulta.
Bonita, que un día de mierda —literal— no tape todo lo bueno que vienen construyendo. Pateá un par de sillas y después sé feliz (?).
ResponderEliminarLos aracnidos uruguayos se toman la invasion de su habitat por parte de los humanos como algo personal,doy fe.
ResponderEliminarLos malos días existen, pero pasan....y los buenos son los que hay que hacer perdurar... Los garbanzos con espinacas sigue siendo buena opción. Te amo,y siempre serás mi niña...
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